viernes, 24 de marzo de 2017

TIENE QUE SER AQUÍ (MAGGIE O’FARRELL)



A priori, lo tenía todo esta novela de Maggie O’ Farrell para resultar fallida o, como mínimo, decepcionante. Su estructura es más que ambiciosa, pues cambia de foco en cada capítulo para centrarse en cada uno de los miembros de la/las muy desectructurada/s familia/s de Daniel Sullivan, su protagonista. El conjunto corría, pues, el riesgo de diluirse y resultar un corta y pega deslavazado, un poco a la manera de esas películas plagadas de estrellas que terminan haciendo aguas por todos lados. La trama, centrada en las idas y venidas de Daniel, sus parejas y sus hijos, podría, además, resultar un tanto banal.

Sin embargo, basta leer un par de capítulos para comprobar que Maggie O’Farrell, a quien no le había seguido la pista hasta ahora, es una maestra de su oficio, pues, pese a la variedad de personajes y, sobre todo, de cambios de foco, todas las piezas encajan a la perfección y componen una magnífica historia sobre el amor, la amistad, la soledad, el aislamiento -forzoso o elegido- y, sobre todo, la comunicación en un arco temporal que abarca unos setenta años. Ahí es nada. 

En cuanto a la aparente banalidad de la trama, es solo eso, aparente. No es casual y es un acierto que el protagonista sea lingüista, y resulta de lo más paradójico, dadas sus dificultades para comunicarse con sus parejas y sus hijos. Todo gira en esta historia en torno a los distintos elementos de la comunicación: código, contexto, emisión, recepción y, sobre todo, ruido. No es casual, tampoco, que el hijo mayor de Claudette, pareja de Alan en el momento de iniciarse la narración, sea tartamudo.

Si a todo lo anterior sumamos un apabullante manejo del tempo narrativo, que hace de esta novela una lectura adictiva, y la siempre magnífica labor en la traducción de Concha Cardeñoso, una no puede sino dar las gracias y felicitar a los amigos de Libros del Asteroide por esta nueva muestra de buen gusto y terminar estas líneas con el tan característico como sincero “lean, lean”. No se la pierdan.


sábado, 11 de marzo de 2017

UN POLICÍA EN LA LUNA (TOM GAULD)



Cada vez vengo por aquí más de tarde en tarde, ya lo ven, y no por falta de ganas. De hecho, he leído mucho y muy bueno desde que cambiamos de año, pero el trabajo y algún problemilla de salud me han tenido de lo más entretenida. Así las cosas, el responsable de devolverme a este lugar es, una vez más, Tom Gauld. Si hace unos meses les hablaba de su muy humana deconstrucción del Goliat del Antiguo Testamento, hoy es el turno del recién publicado Un policía en la luna (Salamandra). 

De nuevo elige Gauld un escenario propio para alardes épicos, allí el valle de Elah, aquí una luna colonizada por pioneros espaciales. Y de nuevo nos regala Gauld a un héroe de lo cotidiano, allí un administrativo bonachón, aquí un tipo que entretiene sus monótonos días bebiendo café, comiendo donuts -también los policías lunares cumplen el estereotipo-, reconduciendo a díscolas adolescentes, buscando a perros perdidos y ayudando a encantadoras ancianas. Lejos quedan los tiempos en que la luna se presentaba como un Nuevo Mundo repleto de posibilidades. Ahora es un páramo yermo cada vez más solitario en el que nuestro héroe pasa sus solitarios días, víctima de innumerables servidumbres tecnológicas de lo más reconocibles. Hete aquí, sin embargo, que un expendedor automático de café es sustituido por una cafetería con una camarera de carne y hueso y un rayo de esperanza, la que ofrecen la solidaridad  y la amistad -aun la casual-, compensan el tono melancólico y crepuscular del volumen, hasta entonces solo aliviado por el humor.
Como no podía ser de otra manera, esta deliciosa historia viene revestida del sencillo, sobrio y elegante trazo de Gauld, cuya narrativa gráfica se basa en la repetición con leves variaciones -atiendan a ese edificio de apartamentos que va perdiendo módulos según se vacía el satélite-, y referencias sutiles a otros “cronistas” de la soledad como Edward Hopper.
Una maravilla, ya ven, así que lean, lean y vean, vean.